Manías


No entiendo porqué nadie quiere dormir conmigo. De acuerdo, tengo algunas manías raras, pero esa no es razón, quiero decir, es verdad, vivo alejada, algunos dirían casi en el campo, y leo poesía, aunque no es tan grave en realidad y no deberían asustar a nadie esos libros que se amontonan en la cama. Lo reconozco, leo poemas de madrugada y a veces son las seis cuando llama el sueño -si es que llama. Leo nada más levantarme. Leo después de comer, a la hora de la siesta y a veces me olvido de dormir. Leo de noche, después de cenar y otras veces también me olvido de dormir. Cuando no leo, escribo o, a  veces, escucho recitar a los poetas en viejos cds que olvidaron ciertos amantes. Además, cuando leo, escribo o duermo, llevo los aparatos que llevaba de adolescente. Para mentirme, fingir que no pasa el tiempo, y que sigo siendo joven e inocente. Y preguntarme porqué aún nadie quiere dormir conmigo. 

Lenore Kandel, en Transletralia

Más que la historia de los vencedores de los manuales de literatura me interesa la de los olvidados, la de aquellos que no pasaron a la historia y cuyos nombres se encuentran tan sólo de pasada en libros de segunda fila. Lenore Kandel es uno de esos casos. Hoy Transletralia publica un artículo mío junto con la traducción de cinco de sus poemas. Espero que lo disfrutéis, etc.  

Blue Mountains Recluse (an Australian poem by Dorothy Parker)

Reclusa en las Blue Mountains

Vine por la calma
no me preocupa el frío

pero las brumas espesas
los vecinos espesos

y el celibato involuntario

inducen a beber tanto
como el humo de los coches, el alquiler caro
y los policias corruptos

No me gustan los paseos por el bosque
ni los tés de Devonshire

Ya no recuerdo qué gusto tiene
la adrenalina

Necesito Sidney
Necesito un trabajo nuevo

Poema de Dorothy Parker sobre la imponente cadena montañosa
australiana Blue Mountains. Traducción de Anna-Lisa Marí. 

Do not spit (in autumn)

Ha llegado el otoño. En la terraza se anegan los sueños del verano: tropiezas con ellas al entrar. Te sacudes  pero un fuerte olor a perro mojado te persigue; es el otoño que ladra a tus pies. Las palabras abortadas se amontonan en tu vientre. Estómago ardiendo que pide auxilio y la tormenta, afuera, que no arrecia. Como esta tormenta en tu salón, todas las horas del mundo colgadas sobre tus hombros. La hendidura de tu ombligo  y en él el reflejo de unas hojas cada vez más marrones. Las promesas y sus garras, apenas un recuerdo lejano. Ha llegado, inexorablemente, el otoño. Las manchas se acentúan sobre sus manos de seda y una manzana se pudre sobre la mesa. Huele a perro mojado. En el salón, las paredes se marchitan. Ha llegado el otoño y, definitivamente, los tiempos del exilio se han acabado. 

Hankover II

Una entrada vieja, reciclada para Hankover en este otoño frío. Poco ha cambiado desde entonces: las esterillas, la meditación, las nalgas. No así la piel morena, el sabor del samsara o la tarde lluviosa. Obviamente. Si no, el mundo sería un lugar muy aburrido...

Correo Urgente

Esta mañana, el cartero dejó un objeto extraño en mi buzón. Se trataba de un pequeño cartón rectangular en el que figuraba mi dirección escrita a mano, además de diez sellos de clase A y el código del envío urgente. Detrás del cartón, nada. Debajo, nada. Tan sólo un trozo de cartón con mi nombre. 
Querido desconocido:
Ya conozco todo lo que esconden las palabras, sus trampas, sus entresijos; desconfío de ellas -siempre- y por ello a menudo me encontrarás en silencio. Conozco sus curvas y en la prosodia la elaborada concatenación de mentiras: me dices te adoro, me dices que gimes, me dices nada. Las palabras, esas llaves que conducen a puertas que esconden mundos vacíos; palabras como dulce, éxtasis, siempre; palabras como mentira. Ya conozco todo lo que esconden las palabras, y por eso esta carta -sin remitente, sin contenido, nada- es la carta más perfecta que sin ti pude imaginarme, pues en el inanimado reino de mi imaginación, yo soy yo, tú eres tú, y adoro todas aquellas palabras que -nunca- me dices

Miguel Ángel Velasco

Cuando yo era más joven (bueno, en realidad, será mejor decir muy joven) y soñaba con convertirme algún día en poeta (y no convertirme tan sólo en mera musa de alguno de ellos, aunque eso pasaría tan sólo unos años más tarde, el despunte del sabor de la madurez y el paso del tiempo en la boca), en fin, cuando yo era muy joven creía en demasiadas cosas. Entre ellas, creía en la Universidad, meca de profesores sabios que debían instruirnos, convirtiéndonos, letraheridos y adolescentes estudiantes de filología todavía, en honrados y eruditos poetas. 
El primer año de Universidad pasó con muy pocos sobresaltos y muy pocas clases memorables: la lingüística de Saussure y  Coseriu me aburrían a muerte; los primeros textos hispanoamericanos o Fray Bartolomé de las Casas, junto con su profesor misógino y en general, la mayoría de las clases no fueron más que una gran decepción en la que la disección de la literatura y su regurgitación en los exámenes de junio eran los parámetros con los que se nos evaluaba ese supuesto amor a las letras.De aquel año, tan sólo recuerdo con claridad un profesor cuyas clases consistían, sencillamente, en comentar poemas de la segunda mitad del siglo XX. En esas clases conocí a Ana Rosseti, a Gil de Biedma, a Goytisolo... poetas que desde entonces me han acompañado siempre y cuyo descubrimiento debo exclusivamente a ese viejo y ya algo destartalado profesor. 
Un día, este profesor trajo a Miguel Ángel Velasco, quien -como ya tristemente han recogido diversos diarios- falleció el 1 de octubre. Hace diez años -al traspasar la puerta de un aula triste de esta también triste universidad- su presencia me pareció verdaderamente algo luminoso y extraordinario, el primer evento por el que la universidad valía, al fin, la pena: un tipo enorme, de larga y rizada cabellera dorada; camisa abierta, pecho peludísimo; pantalones acampanados y decenas de colgantes y pulseras. No lo sabía entonces pero en él vi luego la personificación de la Poesía. Nos habló de viajes lisérgicos, de amor y sexo, y yo quedé prendada, pues no sabía todavía que la poesía pudiese ser eso. Demasiado joven e ingenua, tal vez, le pregunté a la salida si creía que un poeta nacía o se hacía.  Los segundos que precedieron su respuesta me parecieron eternos, pues en su respuesta pensaba hallar yo la clave de mi supuesto futuro como poeta. No creía haber nacido con un don especial, pero sí que anhelaba saber si el trabajo y la constancia iban a ser suficientes para llevar a cabo mi nada particular sueño de convertirme en poeta. En efecto, Miguel Ángel corroboró mis teorías. Y ese día resolví llevar a cabo un esfuerzo que ni tan siquiera hoy, diez años más tarde, he logrado mantener. 
Grandioso poeta, Premio Adonais y Loewe, gran desconocido precisamente por apartarse de cenáculos literarios y demás panderetas. Pura poesía. Os dejo un poema suyo aquí