Sale el sol en la isla, la piel sabe a salitre, a crema after-sun. Las carreteras se alargan y en cien kilómetros a la redonda caben más de cien mundos diferentes. Las furgonetas se multiplican y florecen también en primavera: por todo hay camper-vans, californias, VWs. Mi pequeño Saxo y yo las saludamos al pasar, niñas bonitas con vestidos rojos que bailan armando revuelo sobre el asfalto. Radio 3. Un pedazo azul de cielo se refleja en las alas de un avión. Doscientos alemanes más: una bandada de gaviotas atroces que se posa sobre la isla. Cien kilómetros a la redonda, el sol y el verano comienzan a salir de entre las montañas. Se doran los cuerpos, las sonrisas emblanquecen, el mundo es una armonía de luz y color. Brilla el sol sobre la isla y, en los bares, cuerpos envueltos en lino blanco piden caipirinha tras caipirinha. Conducimos mi Saxo y yo y, cien kilómetros a la redonda, el mundo reluce tranquilo sobre los dos.
7 comentarios:
Me dan ganas de quedarme en esta isla y olvidar la nostalgia que siento por Barcelona. Precioso post Anna-Lisa.
Muchas gracias, guapa. Quedarse, volverse, tornarse... Al final creo que nunca nos estamos del todo quietos. Un abrazo, Marta.
Lo mejor llega al final, cuando casi todos han marchado, y vuelve la tranquilidad, tanta que incluso a veces cuesta encontrar un sitio para comprar tabaco.
Salu2
¡Brindemos por septiembre! ¡Saludos!
Un poco de paz nunca viene mal (sobre todo después de la tormenta)
En la tormenta caen más de doscientos alemanes, muchos más, aunque lamentablemente de eso comamos el resto del año. Amén, pues, o Guten Appetit (que es lo mismo).
Después de la tormenta siempre sale el sol
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