No me canso de repartir mi dirección postal entre mis amigos. Siempre que estoy lejos procuro comprarme un puñado de sellos para que, llegado el caso, pueda abrir la cartera y rebuscar entre las bolsas de manzanilla, los bindis que trajimos mi hermana y yo de la India (rompimos la caja y ahora me los encuentro por todo) y las tarjetas postales que siempre llevo conmigo. Hace unos años no envié la postal que llevaba en el bolso y luego fue demasiado tarde. La postal manchada de café, con un sello australiano, la que sigue en mi cajón.
Ayer me llegó al buzón un regalo, un libro de poemas -ay, qué felices me hacen los libros de poesía en español, mi casa, mi tierra, mi matria. Un libro de un amigo; no se puede pedir más. Lo abrí por la primera página, buscando, como siempre, la dedicatoria, pero encontré una página en blanco. Hay amigos que regalan libros sin dedicatorias, pensé. Hay amigos que no osan marcar los libros, desacralizarlos, inmortalizarlos con un corazón, una estrella o un doodle, pensé. Y luego llegué hasta la página 71.
Hay amigos que no saben que serán amigos, porque es 2011 y acabo de bajar del escenario: acabo de descubrir lo que es el slam. Bajo del escenario cabizbaja porque mi voz no ha dado de sí lo que esperaba, estoy cabizbaja y busco derrotada mi asiento, estoy cabizbaja y alguien detrás mío golpea suavemente mi hombro y logra sacarme de mi estupor. Unas palabras de ánimo -alivio poético, mentira- que ejercen su función. Ya no volveré a estar cabizbaja.
Hay amigos que no saben que serán amigos, y hay seres al borde del camino que han venido para quedarse. Aunque yo no lo sepa, aunque sea 2014.
Israel Padilla figura entre las nueve Apuestas de La Bella Varsovia, una de mis editoriales favoritas de poesía en aquello que llaman España. ¿Qué hubiera sido de mi educación sentimental sin DVD, La Bella Varsovia, El Gaviero?
La Bella Varsovia ha apostado por nuestro asombro. ¿A vosotros también os ha abierto los ojos?
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