Esta mañana, el cartero dejó un objeto extraño en mi buzón. Se trataba de un pequeño cartón rectangular en el que figuraba mi dirección escrita a mano, además de diez sellos de clase A y el código del envío urgente. Detrás del cartón, nada. Debajo, nada. Tan sólo un trozo de cartón con mi nombre.
Querido desconocido:
Ya conozco todo lo que esconden las palabras, sus trampas, sus entresijos; desconfío de ellas -siempre- y por ello a menudo me encontrarás en silencio. Conozco sus curvas y en la prosodia la elaborada concatenación de mentiras: me dices te adoro, me dices que gimes, me dices nada. Las palabras, esas llaves que conducen a puertas que esconden mundos vacíos; palabras como dulce, éxtasis, siempre; palabras como mentira. Ya conozco todo lo que esconden las palabras, y por eso esta carta -sin remitente, sin contenido, nada- es la carta más perfecta que sin ti pude imaginarme, pues en el inanimado reino de mi imaginación, yo soy yo, tú eres tú, y adoro todas aquellas palabras que -nunca- me dices.
6 comentarios:
muy bien dicho! :)
qué bueno!, la carta perfecta. aunque, si quieres te adivino el remitente. primera pista: es un niño...
¿Palabras tramposas?
El problema es que es tan difícil hacer realidad los deseos, son ellos los tramposos.
¿Pero qé seriamos sin ellos?
me gusta aunque no creo que tu imaginacion sea inanimada . :)
¡qué bueno! las palabras nada... la palabra perfecta. perfecto.
mis largos pies... ayer estuve husmeando tu blog y me encanta. gracias por compartir tres minutos hermosos y mucho más que nada.
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