Cuando yo era más joven (bueno, en realidad, será mejor decir muy joven) y soñaba con convertirme algún día en poeta (y no convertirme tan sólo en mera musa de alguno de ellos, aunque eso pasaría tan sólo unos años más tarde, el despunte del sabor de la madurez y el paso del tiempo en la boca), en fin, cuando yo era muy joven creía en demasiadas cosas. Entre ellas, creía en la Universidad, meca de profesores sabios que debían instruirnos, convirtiéndonos, letraheridos y adolescentes estudiantes de filología todavía, en honrados y eruditos poetas.
El primer año de Universidad pasó con muy pocos sobresaltos y muy pocas clases memorables: la lingüística de Saussure y Coseriu me aburrían a muerte; los primeros textos hispanoamericanos o Fray Bartolomé de las Casas, junto con su profesor misógino y en general, la mayoría de las clases no fueron más que una gran decepción en la que la disección de la literatura y su regurgitación en los exámenes de junio eran los parámetros con los que se nos evaluaba ese supuesto amor a las letras.De aquel año, tan sólo recuerdo con claridad un profesor cuyas clases consistían, sencillamente, en comentar poemas de la segunda mitad del siglo XX. En esas clases conocí a Ana Rosseti, a Gil de Biedma, a Goytisolo... poetas que desde entonces me han acompañado siempre y cuyo descubrimiento debo exclusivamente a ese viejo y ya algo destartalado profesor.
Un día, este profesor trajo a Miguel Ángel Velasco, quien -como ya tristemente han recogido diversos diarios- falleció el 1 de octubre. Hace diez años -al traspasar la puerta de un aula triste de esta también triste universidad- su presencia me pareció verdaderamente algo luminoso y extraordinario, el primer evento por el que la universidad valía, al fin, la pena: un tipo enorme, de larga y rizada cabellera dorada; camisa abierta, pecho peludísimo; pantalones acampanados y decenas de colgantes y pulseras. No lo sabía entonces pero en él vi luego la personificación de la Poesía. Nos habló de viajes lisérgicos, de amor y sexo, y yo quedé prendada, pues no sabía todavía que la poesía pudiese ser eso. Demasiado joven e ingenua, tal vez, le pregunté a la salida si creía que un poeta nacía o se hacía. Los segundos que precedieron su respuesta me parecieron eternos, pues en su respuesta pensaba hallar yo la clave de mi supuesto futuro como poeta. No creía haber nacido con un don especial, pero sí que anhelaba saber si el trabajo y la constancia iban a ser suficientes para llevar a cabo mi nada particular sueño de convertirme en poeta. En efecto, Miguel Ángel corroboró mis teorías. Y ese día resolví llevar a cabo un esfuerzo que ni tan siquiera hoy, diez años más tarde, he logrado mantener.
Grandioso poeta, Premio Adonais y Loewe, gran desconocido precisamente por apartarse de cenáculos literarios y demás panderetas. Pura poesía. Os dejo un poema suyo aquí.
7 comentarios:
bonita entrada, aunque que tú hables de juventud, me hace sentir tan, tan viejo.
un abrazo
Íbamos a entrevistarle para la revista, pero ya...
buenísima entrada...genial.
Querido anónimo,
tú no lo sabes pero te avanzo
que el tiempo pasa
también los años
y tanto tú como yo
nos enriquecemos
con cada latir, con cada paso:
¡eres (tan) (tan) joven!
un abrazo
Jorge,
Qué lástima, qué pena...
Fue mi primer contacto con lo que de verdad considero ahora la poesía.
(El siguiente fuiste tú) ;)
Gracias, Yolanda,
me alegra tenerte aquí.
mi madre me regaló su libro del premio Loewe. tenía poemas súper lindos sobre las nubes!! yo era demasiado joven para entenderlo. lo volveré a mirar en cuanto llegue a casa.
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