El mar no huele a césped cortado. Ni a incienso. Ni a pasteles de hojaldre dorándose en la cocina. El mar no huele a zapatillas usadas, ni a mantas acartonadas, ni al hueco en la cama que dejan algunos amantes por la mañana. No huele el mar a laca de uñas, ni a aceite de vainilla, ni a casa. Nunca se vio tan grande la roca como desde la casa de la acera de enfrente. Porque es posible creerse hogar lejos de casa, aunque se balancee suavemente frente a la puesta de sol. Aunque no huela del todo a césped cortado.
1 comentario:
A este azul soledad de olas, ha volado grácil una pequeña, una, indudablemente femenina, libélula azul de transparentes alas como el cristal. ¿Eras tú?
En todo caso, me gustó verte.
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