Hace unos días descubrí esta puerta a algunos metros de mi nueva casa francesa. Siempre está cerrada, no se oyen sevillanas ni hay abuelillas a la puerta jugando a cartas. Cerrada a cal y canto, esta puerta parece esconder todo aquello que se me niega en esta ciudad que a días amanece más nueva, más fría. Como si el arte de cocinar tortillas de patata se aprendiera en la distancia, como si sólo interesase disfrutar de las paellas cuando se está lejos. A las cuatro de la mañana me encuentro hablando de arena y playas. Vuelvo a ser prisionera de una ciudad extraña, le pertenezco, me pertenece: ha vuelto el síndrome de estocolmo. No puedo escaparle.
2 comentarios:
Amiga Annalisa, esa casa no es una casa, es un local donde viejos españoles, o mas bien hijos de muy viejos emigrantes se reunen de vez en cuando para festejar algo. Ahi no vive nadie.
No comprendo porqué hablas del sindrome deEstocolmo, esto querria decir que te consideras prisionera y que lamentas estar simpatizando con tus carceleros. Grave, grave!
Pues enrike para no entender por que se refiere a su situación como Síndrome de Estocolmo lo has explicado genial.
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