fragmentos



Del recuerdo sólo permanecen
                                                       los posos
                          hasta que un día
                                                      también desvanecen
                      dejando a la vista
                                                      las grietas.



in a world of endless possibilities...


hace dos años, cuando viajaba por australia y parábamos en diferentes playas haciendo surf, conocimos a mike. mike era un californiano de movimientos pausados y sonrisa amplia que nos acogió en su casa en torquai, al sur del continente. mike nos lo dio todo: era uno de esos seres bondadosos que solo en raras ocasiones uno se encuentra en los viajes y que tardan mucho en reaparecer. noches de cuerpos cansados alrededor de la hoguera contando historias de olas y surf. los viajes de mike relucían sobre su piel y, entre cerveza y cerveza, no nos cansamos de escucharle. como en todos los viajes, una despedida se sucedió a la otra; la de mike no fue una excepción. a veces me acuerdo de él y me pregunto dónde estará ahora. cuando esto sucede, suelo acudir a un poema suyo que colgaba de una chincheta en el comedor. y entonces me parece que la única solución a todas las nostalgias y todos los veranos caducados es volver a hacer surf.       


You could drive a nice car
Eat expensive food every night
You could buy things
Just because you are bored.
You could sleep with beautiful women,
And it wouldn’t mean a thing.
You could spend your weekends trying to escape,
Only to be reeled in again,
                                          catch and release.
Your cell phone could always ring, but it
Wouldn’t always be your friends.

You could wake up at sunrise,
check the elements.
You could drink cheap wine with a traveler
and talk story.
You could surf every day
and live on peanut butter sandwiches.
Hunger is the best sauce for any food.
You could have time to read,
But decide to go for a walk first.
And all you will miss
                                  is your dog.


Mike Wathen

la ciudad

cuando tenía catorce años, me enamoré por primera vez. no fue un amor correspondido ni duradero, lo cual significa que, para aquella etapa de la vida, fue un amor bastante común.


De pequeñas, y como consecuencia de nuestro origen británico, mi hermana y yo veraneábamos en un pequeño pueblo costero de Inglaterra llamado Blackpool que contaba con un parque temático enorme (que tardaría todavía en llegar a España) lleno de montañas rusas que ostentaban récords guiness, además de atracciones que llevaban -algunas- más de cincuenta años causando vértigos y mareos.
En una de estas incursiones en las que Mummy nos dejaba merodear unas horas por el parque a solas, decidimos comprar un helado. cuando vi la cara del chico que los servía, recuerdo que me quedé anonadada. era la cosa más bonita que había visto en mis eternas catorce primaveras. en ese mismo instante comprendí algo que me era del todo irrevocable: estaba enamorada. cuando me preguntó con un marcado acento español si la camiseta que llevaba era de Raúl (el jugador del Madrid que tanto me entusiasmaba en esa época) balbuceé algunas palabras incomprensibles, dándole a entender que nosotras también éramos españolas y que podíamos proseguir en ese idioma. no me acuerdo de qué hablamos esos -de nuevo eternos- quince minutos, antes de que llegara el próximo cliente, pero sí me acuerdo de que quedamos en pasarnos más tarde, cuando acabase la jornada, para dar una vuelta juntos. mi corazón brincaba de alegría y en mi boca perduraba el regusto de un helado o -no estaba segura todavía-  el regusto del amor.
La-bella-historia-de-amor-que-pudo-haber-sido se tornó, sin embargo, en tragedia. al reencontrarnos con mi madre, ésta nos dijo que de ninguna manera podíamos volver al parque porque se había hecho tarde y, además, era la hora de marcharse. recuerdo las lágrimas que se deslizaban silenciosas por mis mejillas y el balanceo del coche de vuelta a casa. recuerdo el convencimiento absoluto de que acababa de enamorarme y de que nunca más volvería a verle. 
Cuando finalizamos el viaje y volvimos a España decidí escribirle. pero no tenía sus señas, su nombre, nada. así que esto fue lo que escribí en el sobre: 
To:
The Spanish man working in the ice-cream and refreshments place 
in between the Pepsi Max and the Space Mountain
Blackpool Pleasure Beach 
16, St Bedes Av. 
Blackpool
England

From:
The Raul T-Shirt Girl. 

Lo único que encontré dentro de la carta que me contestó fue un poema de Kavafis. Entonces yo apenas sabía lo que era la poesía, y desconocía por completo a aquel hombre de nombre raro que hablaba de una ciudad. Este poema, que para mí ha estado envuelto siempre de un halo de magia y coincidencias, ha resultado ser, al final, muy premonitorio. aunque ese primer amor se quedara en el espejismo de una carta correspondida, pero a la vez, la realidad más dolorosa, porque no hubo nunca más respuestas.... de esa época y de esos anhelos preadolescentes conservo, todavía, la impresión que me produjo La Ciudad: 

Dices: "Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí".


No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
Konstantinos Kavafis

cómo encontrarte en la poesía ii


Te llamas Annalisa (Jazzmín), del libro "El fósforo astillado". 
Juan Andrés García Román. DVD Ediciones, 2008.  

cómo encontrarte en la poesía I


Com abans, poema traduït al català per Caterina Calafat. 
Autor: Mustafa Köz (Nigde, Turquia). N. en 1959. 

DESPEGUE, FR7752. (PHNOM PENH)

Ardía incombustible
(en el fuego de su sexo).
Antonio María Flórez, Desplazados del Paraíso

En la boca los añicos
TÚ YO SIEMPRE AMOR
y en el sexo incombustible
la semilla del adiós.