[ Cosas que escribí 20 semanas después de F ]





Cuántas veces me he encontrado en esta misma situación. Ávida de escribir, repitiéndome las razones por las que no soy capaz de hacerlo y evitando la pantalla en blanco. Cualquier cosa para distraerme. La procrastinación como credo único. Postergar como nuevo mantra. 

Cuántas noches me he esquivado a mí misma. Antes: la cocaína, la fiesta, la posibilidad de una noche infinita- luego vino el saber decir no. 

Cuántas veces he anunciado en las redes sociales que volvía a trabajar, a teclear frente a la pantalla blanquecina de madrugada. Cuántas veces. 

Y sin embargo, ahora las razones son completamente distintas. He pasado los últimos meses cambiando pañales, dando el pecho, mirando hipnotizada las manos, la sonrisa, la mirada, la naricilla. Intentando dormir, y volviendo a empezar el ciclo de nuevo. Me miro en el espejo y no me reconozco [palabras escritas en un poema viejo, de 2010; cómo iba a saber lo que me faltaba por cambiar, lo que me faltaba por envejecer), me miro y veo que he perdido los mofletes, que tengo ojeras, que me han brotado un puñado de arrugas de golpe, que me ha crecido la nariz (no os riáis; estoy segura de que con el embarazo me ha crecido la nariz), que estoy más flaca, que empiezan a salir las canas. 

No me malinterpreteis: salí del paritorio con un subidón de adrenalina que me duró varios días, o varias semanas; F es más buena de lo que hubiera podido imaginar y ahí donde otros bebés lloraban, F sonreía; tengo a mi lado un compañero que no podría ser más ideal ni aunque lo intentara; la temida depresión postnatal no se asomó a mi ventana y de hecho hubiera podido pasearme cantando y brincando desde que F nació. 

No me malinterpreteis. 

Soy feliz.

Es sólo que he tardado en volver  AQUÍ.