Hace unos días os contaba mi alegría por el libro-regalo de mi amigo Israel Padilla. Se suponía que mi amigo Máximo Fernández también me había enviado una postal desde Mallorca a mediados de marzo, pero ayer todavía no me había llegado. La dábamos por perdida.
Hoy he abierto el buzón y me he encontrado con su letra, al lado los doodles que tanto me fascinan; el sello del país que algunas mañanas, entre papeleo y papeleo, tanto me duele; las palabras de Robert Graves tachadas y retachadas y corregidas, el poema.
Es cierto que a veces el poema viene como dictado. En sueños, donde los versos se apilan horizontalmente bajo los párpados, o en algunos momentos raros -en la pista de baile, en la montaña, después de hacer el amor. Pero también es cierto que la mayor parte del tiempo, -a mí por lo menos- los versos se me escapan como se le escapaban los muslos, peces sorprendidos, a Lorca. José Carlos Llop dijo en las Converses de Formentor que las niñas malas no escriben diarios y acaso sea cierto: las niñas malas no escriben diarios porque están demasiado ocupadas pasándoselo en grande.
De Marylin Monroe sólo nos quedan sus erráticas entradas de diario -tantas libretas comenzadas y nunca acabadas-, algún esbozo de poema, frases sueltas. Anaïs Nin escribió diarios como si le fuera la vida en ello- tal vez fuera cierto. Henry Miller la animaba a escribir otras cosas -relatos, poemas- pero ella no quiso renunciar a su Gran Obra.
Creo que la próxima vez que me pregunten en una entrevista cuándo fue que empecé a escribir poesía (y es que a los periodistas les encanta pedir eso, ¿estáis de acuerdo?) en lugar de decirles aquello que decimos todos de "escribí mi primer poema a los 6/7/8/¿? años" les diré: Ah, señores, Uds se equivocan. Yo no escribo poesía. Los poemas son un parto y yo una niña mala. A veces escribo diarios, los años impares soy bloggera, pero sobre todo, señores, sobre todo yo escribo postales.