Hogar, existes, hogar.


Encuentro un poema antiguo y recuerdo de repente lo que es perder la casa, perder el barrio, perder la piel. Recuerdo lo que es romperse en pedazos, sustituir las piezas rotas y retomar de nuevo el ciclo de siempre: mudar la casa, mudar el barrio, mudar la piel; hibernar y esperar a que aparezca alguna pieza del puzzle. Tatuar la palabra h-o-g-a-r sobre los negativos, tapar con salitre las marcas negruzcas que cubren la piel. Encuentro versos antiguos, rescato los pedazos, coso con hilos malvas las esquinas donde amé. Encontrar una casa, encontrar un barrio, encontrar una piel. Mirar a través de los negativos. Encontrar un poema antiguo. Y saberse vivo, aunque sea un segundo, sin tener que pellizcarse la piel.

Hacer el amor con desconocidos
como quien se pellizca la carne
 para saber si sigue vivo. 
 ser habitado  y habitar:
 biografía en negativo.

(Otoño 2010)



poesía sobre el asfalto

Don't panic.



Don't panic. Haces lo que debes el año que dejaste de viajar y empezaste a comprarte muebles, don't panic, vuelves a bailar en los bares supermercados de la noche  y empiezas a pedir limosna de nuevo. Vuelves a la noche, vuelves a tu casa: que no te extrañe, pues, que no te sorprenda esa inesperada tristeza de sentirse vivo.

"Tuve que pernoctar en plazas infinitas, en arrozales
infectos, pegarme a puñetazos con las hordas
de tristeza y frío que iban tras de mí.
Me tocó inventarme desde cero de nuevo,
aprender otra vez a ser canalla, 
a acodarme en las barras como antes,
a beberme gin tonics como los tipos malos".

Pedro Andreu, "El frío". Sloper, 2010.

Welcome home.


Siempre estoy volviendo, cogiendo el avión de vuelta, corriendo por los pasillos de los aeropuertos por miedo a perder el avión que me devuelva a casa. En mis pesadillas despierto aprisionada por un cinturón de seguridad y el viaje es eterno y no hay nadie a mi lado a quien besar la frente o las manos malvas. He vivido en aeropuertos, en aviones, en mochilas pesadas; he vivido en el aire, en la nada. Me levanto de la cama y, apoyada todavía sobre el borde, intento sosegar la cabeza. Fijo una imagen en las retinas y, agarrada a ella, intento afrontar el día. Hoy -lo prometo- no necesitaré alas para volar. Y tampoco aspirinas. Con vivir ya tengo suficiente. 

yo me prostituyo en mi trabajo y me gusta.


la semana pasada recogí el título universitario. quería escupirle encima, pero pensé en mi madre y me contuve. gracias a él tengo permiso para prostituirme ocho horas al día. me gusta, lo importante es tener los dados entre las manos y que no haya dios ni gilipollas que te las quite. sí, es verdad, me prostituyo en mi trabajo, pongo cara linda, muestro los dientes blancos y a veces me inclino unos grados de más en la pizarra. no me arrepiento de prostituirme en mi trabajo, porque luego puedo volver a casa y embadurnarme de lodo, fingir que escribo versos, y tatuarlos en grafitis varios por el barrio. cuando acaba el trabajo me quito el traje de puta y finjo que soy poeta.

venderé mis besos, 
venderé mis piernas,
venderé ocho horas de mi vida cada día,
pero nunca, 
-digo nunca, ¿me oyes?-
abriré las piernas por ti,
poesía. 


Os esperamos en el taller que impartiré los lunes 
en la librería Literanta de Palma de Mallorca. 

Esvásticas y besos de otoño


A veces -las más de las veces- me pregunto qué coño hago en casa los sábados por la noche en lugar de estar afuera bebiendo, bailando, viviendo. A veces me entretengo comprando pedazos de vida, ya sabes, un retazo, una miseria cualquiera o un saludo de aquellos que viaja por el tiempo y que deposito rápidamente en el carrito de Amazon. Clic. Crédito. Clic. Dirección. A veces -menos veces- vuelvo a casa y en el buzón hay una carta y sobre la carta el nombre de alguno de los espejismos de los que me despedí lejos, muy lejos, en algún rincón remoto. A veces - casi nunca- abro el buzón y me encuentro un libro y dentro  del libro hay una hoja marchita, la miseria de otoño de algún árbol lejano y mustio y solo. Junto a la hoja encuentro una postal y sobre la postal estas palabras de amor que viajan en el tiempo hasta mis manos. Acaricio unas palabras escritas en 1917 y suspiro. -Bienvenidas- les susurro. -Aquí, en el futuro, también hay alguien que permanece sentado en su escritorio y se pregunta por el momento exacto en que palidecerán sus palabras sobre la piel de otros. Me llamo Annalisa. Olvidemos la esvástica. Hablemos. 



de todos modos tanto amor me está consumiendo por dentro


Aquel lugar se parecía un poco al paraíso: las bicicletas de spinning palpitaban frente a los espejos y la gente pedaleaba como si hiciera el amor. -Más tarde harían el amor como si pedalearan frente al espejo y contaran los minutos para acabar con el lodo, la peste, las miserias-. Le dijiste que el amor te estaba consumiendo por dentro, levantaste sus rescoldos con la tarjeta y esnifaste fuerte, como quien inhala la primera bocanada de aire después de hacer el amor  -¿Sentiste sacudirse las entrañas?- o como quien es escupido por el mar después de deslizarse en una lavadora infernal. -Recuerdas el sabor del primer cigarrillo después del sexo y suspiras- Te abrazabas a las toxinas como quien se abraza a la vida y esperaste a que desapareciera la última anilla del cigarro: el reloj comenzó lentamente a girar de nuevo y tú dijiste que no importaba. De todos modos el amor ya te estaba consumiendo por dentro.