postales
Abro el último cajón del escritorio, el lugar donde voy aparcando los recuerdos viejos. Es el desguace de mis experiencias: en él encuentro, entre otras cosas, entradas a cines con personas cuyos nombres apenas recuerdo, tickets de cenas en ciudades extranjeras, billetes de autobús y un puñado de postales que nunca llegué a enviar. El último cajón del escritorio se ha convertido en el lugar donde guardo las palabras muertas. Hace tiempo garabateé palabras que nunca llegaron a ser enviadas porque en la vorágine del viaje (esa ansia de correr y jugar por senderos extraños, de abrir puertas desaforadamente, de bailar hasta la madrugada en discotecas donde no ha de volver a verte nadie) es fácil perderse. Cuando abro el último cajón del escritorio, vuelvo a leer una vieja postal que escribí cuando vivía en Australia. La postal tiene un sello y debajo está la dirección de mi abuelo. En la parte izquierda descansan las palabras que nunca llegaron a su destino. La postal que había escrito para mi abuelo permaneció dos meses sobre mi escritorio australiano en una época de fiestas y de tablas hawaianas hasta que un día me llegó una llamada y el resto es historia. Cuando abro el último cajón del escritorio, acaricio viejas palabras abortadas y me acuerdo, casi de repente, de que en la vida hay muchas postales que enviar y que no debemos dejarlas mucho tiempo sobre el escritorio. Porque se arrugan, como nosotros, y a veces es demasiado tarde.
*las otras navidades (de universo dislocado)*
a) me gustan las ideas de arami. me gusta su blog. me gustan mis compañeros de blog en *universo dislocado*.
b) no me gusta la navidad. de hecho, me gustaría escaparle a la navidad, huir a un lugar donde no existan abetos iluminados ni turrones ni papánoelesquecuelgandebalcones. el año pasado escapé a korea. es un barrio precioso de palma. con la botella de vodka sobre la mesa y las continuas escapadas al baño, casi se me olvidó aquello que debíamos celebrar. por suerte, todo pasa y a la mañana siguiente uno despierta con otras navidades en la mano. se encuentran aquí. a disfrutarlas. (por cierto, feliz-cada-puñetero-día-del-año. cojones.)
* imagen de aramí ullon, fundadora de universo dislocado *
en los bares de londres se deslizan caballos salvajes
empiezo la noche leyendo a chantal maillard en un bar lleno de backpackers. estoy sola. a las palabras viejas las gastan las sidras y can i have a jaegermeister, please? es imposible la soledad en los hostales y los mochileros acechan. pasan las horas y me doy cuenta de que vuelvo a estar con lo de siempre: porque dios bla bla bla.. menos mal que a mis amigos ya nada les sorprende. a mi lado una inglesa se frota con un tipo y le derrite. porque dios... empiezan a sonarnos demasiado los rostros y huimos a donde nos sea permitido empezar de nuevo. en el ministry of sound los cubatas palpitan y alcanzamos a ver, fugazmente, destellos de mandíbulas prietas. salimos afuera a por un cigarrillo y repetimos nuestros nombres al compás de pupilas que nos miran dilatadas. mi amiga y yo nos sonreímos y a los veinte minutos, ya estamos con lo de siempre: porque dios, bla bla bla. ni siquiera en los bares es posible escaparle, ¿lo veis? ya os lo decía. cuando huyo al baño miro el reloj: la noche se ha consumido tan rápido como se consume la vida o un cigarrillo. y nosotras no somos más que mujeres, caballos salvajes, que se deslizan por sus bares y murmuran palabras extrañas como d i o s .
ryanair y bayer
deprisa,
corriendo,
con los rostros calientes
en la maleta todavía,
en la mejilla el roce
de unos labios finos
y en el puño cerrado
un carnet de identidad
al que te aferras
como si fuera
la llave de tu hogar,
así,
- deprisa,
corriendo -
te subes al avión
y buscas una pizarra donde deletrear
viejas postales confusas
como el plástico gastado de una ventanilla
donde dibujas
tu nuevo y viejo nombre:
Intrusa.
corriendo,
con los rostros calientes
en la maleta todavía,
en la mejilla el roce
de unos labios finos
y en el puño cerrado
un carnet de identidad
al que te aferras
como si fuera
la llave de tu hogar,
así,
- deprisa,
corriendo -
te subes al avión
y buscas una pizarra donde deletrear
viejas postales confusas
como el plástico gastado de una ventanilla
donde dibujas
tu nuevo y viejo nombre:
Intrusa.
salida de no retorno
la vida está llena de salidas sin retorno que no están indicadas con señales. no hay carteles que cuelguen sobre esas puertas entornadas que revelen el contenido (un destello entre las piernas, el silencio que retumba después de una noche de fiesta o ese gorrión que se posa sobre el tendido eléctrico y te observa. el tren sigue y el gorrión cae: cables inestables sin derecho -ellos tampoco- al retorno.) si al menos hubiera carteles que avisaran. al cerrarse la puerta se oye un motor que despierta y la imagen cambiante bajo los párpados cosquillea. las pecas se reflejan en la ventana del vagón y las manos (¿dos interrogantes gigantes?) acarician ese-pan-nuestro-que-compramos-cada-día. las córneas lúcidas, calientes, que se posan sobre los rostros de los desconocidos que te escoltan hasta la salida. una breve despedida y las pupilas dilatadas que persiguen ruedas de maletas ruidosas que abrillantan los azulejos del aeropuerto. tú también pasas por el aro y te alejas por una salida sin retorno. bueno -piensas- al menos esta vez te han avisado.
pegrum o ánfora rota
como dice mi amigo jorge, uno no sabe nunca lo que es. si las pecas, los dientes grandes o ese pedazo de servilleta que guardaste años ha. la piedra que rescataste del asfalto. a veces eres los pinos, la sal en la boca después de un día de playa, un recreo al sol. otras un tequiero murmurado entre paredes que se empañan; la banda sonora de una despedida. eres un viaje en moto, el tatuaje, tiritas en el útero. peculiares marcas de sol. eres los poemas que no escribes. los libros –templo- que se amontonan en la estantería. los hombres que fuiste. uno no sabe nunca lo que es, dice jorge y cuánta razón tiene. tantos cuartos, aeropuertos, rostros olvidados. abres cajones como quien busca corazones y recoges los pedazos de ánfora rota.
postcriptum:
mi tatarabuela –hija de una familia judía adinerada- se fugó con el jardinero de la casa. Su hijo, mi bisabuelo, fue gaseado en la Primera Guerra Mundial y murió cuarenta años más tarde a causa de las secuelas. Con promesas de trabajo y casa, mi bisabuelo emigró a Australia, donde tuvo dos hijos. Uno de ellos fue miembro de la RAF (Royal Air Force ). Después de sobrevivir a la Segunda Guerra Mundial, conoció a mi abuela cuando ingresó en la WAF (Women’s Air Force). Mi abuelo fue enviado a Irán, Irak, Canadá y Singapur, donde pasó mi madre sus primeros años. Luego volvieron a Manchester y a los veinte salió de casa con la intención de recorrerse Europa a dedo. El resto somos nosotras.
A veces somos una foto que se arruga con el tiempo,
un corazón pixelado,
un pedazo de ánfora rota.
It was sometime early in december
y los ceniceros estaban llenos. apagué los años en tragos pequeños, como quien apura la vida demasiado. -¡son las doce!- gritaron- y a lo lejos se oyeron las copas al brindar. alguien habló de desconocidos y balbuceó estrofas inconexas arrastrando la lengua: los desconocidos bla bla bla. (¿quizás era yo la que hablaba?) desconocidos que esperan, conmigo, a que se hagan las doce y me ayudan a ahogar la cera derretida de los años dentro, muy adentro del tequila. desconocidos que me cantan canciones que ya no deberían ilusionar a nadie, desconocidos que me llevan a casa en un coche de esos sin tapa mientras Palma contempla vacía cómo unas mentes vacías de su generación... La ciudad -caras, animales, policía- vacía un miércoles a las dos de la mañana. y el viento que acaricia la parte más lisa; y la parte más rugosa que ríe sus ecos en la callejuelas desiertas. somos desconocidos pero eso no importa. apenas nos acordaremos mañana. It was sometime early in december and, somehow, being a stranger didn’t matter at all. After all, it was our way of feeling alive.
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